lunes, julio 23, 2007


El Teatrillo.


Hace muchos años que conozco Sanlúcar de Barrameda. Nunca fue un lugar de vacaciones familiar, pero por circunstancias llevo unos doce años visitando esta población donde la uva se convierte en manzanilla gracias a unas condiciones climatológicas únicas y los langostinos alcanzan todo el esplendor gastronómico que se le presupone. Es una ciudad que no goza del glamour de la segunda mitad del XVIII y XIX cuando la jet del momento la escogió como lugar de veraneo, gracias sobre todo al apadrinamiento de Godoy, pero aún mantiene una arquitectura en ciertas zonas que nos recuerdan la época.

Es uno de mis paraísos gastronómicos. Balbino, Barbiana, Bodegón de Lola... tienen unas cartas de tapas interminables y de calidad, a precios muy asequibles. Sin duda, para mi es el principal atractivo. Unas ortiguillas o unos huevos de choco acompañados de una manzanilla en rama, bien valen una visita. Os lo aseguro.

También presume esta localidad de sus célebre carreras de caballos en la playa. Un espectáculo singular y bello que aprovecha las bajísimas mareas de agosto que se forman en la desembocadura del Guadalquivir. Con verlo una vez, es más que suficiente.


Hasta aquí, lo que podríamos encontrar en una guia de viajes convencional. Pero no es oro todo lo que reluce, muy a mi pesar. Las motos que circulan por esta localidad se cuentan por miles, al igual que se cuentan con los dedos de una mano los cascos que podemos encontrar. Hay una saturación de ruidos que crece geométricamente en época estival y la suciedad de las calles_ muy propia de nuestra Andalucía_ alcanza aquí cotas preocupantes. El civismo brilla por su ausencia.

El viernes por la tarde, mientras leía a mi querido Javier Reverte en la playa y rodeado de grupos de Omaítas que devoraban bocadillos y chucherías sin parar,haciendo un escaso uso de las papeleras y dando un ejemplo lamentable a los zagales que los acompañaban, me vi sorprendido por una algarabía a pocos metros de donde me encontraba. La gente reía y tocaba palmas por tanguillos en torno a algo o alguien. Tenía que ir a verlo. Ante mi sorpresa, se trataba de un grupo de teatro, que en torno a una mesa llena de fiambreras, representaban algo que yo acababa de presenciar a unos metros. Una familia modelo. La comida por el suelo, pelotazos a los vecinos de parcela playera, voces... temí que el personal se sintiera identificado y arremetieran contra los jóvenes actores ( por otra parte muy graciosos ) zarandeándolos y arrojándoles cáscaras de pipas afiladas. Pero no. Se descojonaban. El teatrillo terminaba con moraleja y aconsejaba a los espectadores sobre el buen uso y comportamiento en la playa. Toma ya. No pasaron la gorra, por lo que supuse que el ayuntamiento estaba tomando cartas en el asunto. Di media vuelta y regresé a mi toalla con cierto optimismo. No pasaron más de cinco minutos cuando vi a una pareja cincuentona paseando por la orilla y arrojando cáscaras de pipas mientras dos policías motorizados pasaban a su lado en distendida charla. Adiós optimismo, hola playa de Sanlúcar. Pues eso...

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